Erik Vogler by Beatriz Osés

Erik Vogler by Beatriz Osés

autor:Beatriz Osés
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788468319247
editor: Edebé
publicado: 2016-03-15T00:00:00+00:00


Capítulo XIX

Duelo de escaladores

Armados con linternas y con un par de paraguas, se aproximaron a la puerta de entrada. Estaban dispuestos a salir cuando se encontraron con el señor Halle y el doctor Fontaine que regresaban del jardín.

–¿Julien? –preguntaron a coro sus compañeros.

–Ha muerto –confirmó Fontaine.

Había que escapar, había que pedir ayuda. De lo contrario, iban a morir uno a uno. Todos cogieron sus abrigos. El mayordomo, Albert y Erik salieron en primer lugar a la oscuridad seguidos por los demás invitados y Cloé. Solo Véronique Rolland permaneció, junto a Madeleine y el cocinero, en la entrada del château. Las murallas de La Rose Rouge, bajo el viento de la noche, se alzaban inexpugnables y silentes. Cuando Vogler y Zimmer frenaron sus pasos, los otros los imitaron como devotos a la espera de un milagro nocturno que los sacara de allí. Porque todos confiaban en esos jóvenes osados. Porque estaban desesperados. Porque no sabían quién iba a ser la próxima víctima. Por eso guardaron un respetuoso silencio mientras observaban expectantes a los dos de Bremen. Erik y Albert recorrieron la puerta con la luz circular y amarilla de las linternas.

–¿Quieres intentarlo, Vogler? –le preguntó Albert con malicia–. ¿O prefieres que lo haga yo?

Erik miró a Cloé, refugiada en un abrigo color burdeos igual que sus rosas preferidas. Por una vez, le demostraría de lo que era capaz. Sí. Lo iba a hacer. ¿Qué importaba que la puerta tuviera casi cuatro metros de altura? Nada. No se iba a rajar delante de ella. Él no era ningún cobarde aunque lo pareciera. Por supuesto que no. Correría como un jabato y escalaría por los hierros con una agilidad asombrosa. Nadie lo detendría.

–¡Sujeta esto, Zimmer! –ordenó furioso entregándole su linterna, el abrigo y un paraguas de diseño británico.

Se aflojó la corbata, a juego con el abrigo de Cloé, y dio varios pasos hacia atrás para tomar impulso. Albert lo observó sorprendido. Nunca le había visto correr con tanta determinación. ¿Qué pretendía?

–¡Ten cuidado, Erik! –gritó Berta al ver cómo se lanzaba sobre la puerta.

'Se va a estampar', pensó incrédula. Sin embargo, de un salto increíble, luchando contra su naturaleza patosa y contra la lluvia, Erik logró encaramarse a uno de los hierros horizontales donde se situaba la cerradura. Nervioso y sorprendido, se aferró a los barrotes que ascendían por encima de su cabeza como lanzas clavándose en el cielo negro. En el salto, sintió cómo sus Passion se rasgaban a la altura del trasero. Afortunadamente la chaqueta había salido ilesa y cubría el descosido.

–¿Y ahora qué, Vogler? –gritó Zimmer desde abajo.

Eso… ¿Qué demonios iba a hacer? Estiró los brazos y agarró con fuerza uno de los barrotes. Dio un pequeño brinco y encogió las piernas apretándolas contra los hierros. Parecía un koala pijo y asustado aferrado a un eucalipto. La luz de la linterna del mayordomo lo cegó durante unos segundos.

–¡Lo está deslumbrando! –señaló enfadada Berta Vogler–. ¡Baje la luz inmediatamente! –le ordenó soltándole un manotazo.

–¡Lo siento, madame! –se disculpó Mignon.

–¡Vamos, eres un Vogler! –lo animó con voz desgañitada y la melena desordenada por el viento y la tormenta.



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